Sí, una recaída con todas sus letras. Tal como la ingente cantidad de literatura afín a la dieta antiinflamatoria y low-carb venía avisando, esta no es una dieta temporal para perder peso, sino un modo de vida. La insulina no entiende de vacaciones o descansos.
Y es que cuando tu sensibilidad insulínica ya ha iniciado el declive, no hay vuelta atrás. Si duermes lo suficiente, mantienes a raya el estrés, no fumas, bebes ocasionalmente y eres fiel a la dieta, mantendrás a raya sus síntomas. Pero esta es una contienda que nunca termina. Si se lo permites, la insulina siempre gana.
Confieso que un par de meses de controlada permisividad me han supuesto recuperar más de 10 de aquellos cerca de 20 nada añorados kilos que perdí cuando descubrí la dieta low carb.
Asumo que esto va a ser como dejar de fumar: hay que volver a intentarlo una y otra vez a pesar de las recaídas. Desde aquí os animo a no decaer en vuestro empeño, que las semanas pasan y los kilos, la inflamación, la fatiga, la ansiedad y la depresión regresan sin que te des cuenta.
Aunque como dijo aquél (y confieso que ignoro por completo si la afirmación tiene alguna base veraz), en japonés se usa la misma palabra para «crisis» y para «oportunidad».
Así que, por no desmerecer la filosofía nipona, me he propuesto aprovechar este recuperado sobrepeso para infligir de nuevo en mis otra vez generosas carnes la excelsa dieta cetogénica, experimentar la inicial «keto flu» (o apatía propia de los primeros días de la conversión a la cetosis) y probablemente perder una nada desdeñable cantidad de agua (primero) y de muy innecesarias reservas de grasa (después).
¡Que sea «oportunidad», pues!