En previsión del día feliz en el que podremos volver a salir a la calle a regodearnos en la compañía de nuestros semejantes y preparar algo de beber mientras tomamos el sol, hoy me he propuesto continuar con mis pequeños sermoneos desde la modestia con una recomendación:
Si quieres conservar esa bella y radiante piel, quédate a la sombra después de preparar la ensalada de apio… ¡y mejor deja los margaritas y las caipirinhas para el anochecer!
Y es que hoy quería levantar los faldones de las furanocumarinas, unos compuestos que algunos dignos representantes del mundo vegetal sintetizan para evitar que sus enemigos ancestrales (como ciertos hongos malintencionados) se ceben con ellos. Y tanto el limón y la lima que llevan esos cócteles, como el celebérrimo zumo de pomelo (que algunos recomiendan por sus supuestas propiedades detox), incluso el apio que tanto abunda en las dietas hipocalóricas, pueden andar abarrotaditos.
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¿Te acuerdas de la cumarina? ¿El compuesto hepatotóxico (o que espachurra el hígado) que encontramos en la canela cassia (ve Cumarina o muerte por canela)? Pues las furanocumarinas, como seguro supondrás por su nombre (que los químicos serán muy sexys, pero no son famosos por su exuberante creatividad), son compuestos fototóxicos derivados de la cumarina y cuya perfidia se activa con la exposición a la luz del sol. Eso quiere decir que si nos ponemos a preparar tartas de lima, caipiroskas, daikiris o inocentes limonadas a pleno sol (o incluso a lanzarnos limones unos a otros para celebrar el tan esperado reencuentro), las probabilidades de que acabemos con quemaduras muy dolorosas y persistentes son notables.
La condición se llama fitofotodermatitis (de «fito» por planta, «foto» por luz y «dermatitis» por «espachurramiento» de la piel). Puede ser extremadamente dolorosa y tardar semanas en curarse, como una «quemadura por lima» mismamente. No te pongo fotos porque todos sabemos la pinta que tiene una quemadura y no creo necesario ahondar en la herida, pero créeme que vale la pena no mezclar el añorado sol con la manipulación de cítricos, ni de apio.
Aunque su concentración y perfidia dependerá de la fruta y/o vegetal en cuestión. Generalmente no son especialmente peligrosos a menos que la exposición, tanto a la sustancia, como al sol, sean notables. Eso sí, si la planta estuviera estresada (léase luchando contra algún enemigo, como un hongo patógeno) en el momento de la cosecha, su comprensible angustia podría concluir en una concentración de furanocumarinas hasta 100 veces mayor. Y no quisiera que acabemos pagando el pato nosotros, que hemos salido de casa de un blanco nuclear con más ganas que nunca de montar un guateque alegre al sol. De hecho, en Estados Unidos se la conoce como margarita burn (o «quemadura margarita»), porque en las fiestas de primavera-verano siempre pillan los que se dedican a exprimir decenas de limones a pleno sol para disfrute ajeno, que acaban con las manos llenas de ampollas e inservibles durante semanas. También los cosechadores de apio lo saben bien. Su regla número uno es «ponte guantes para manipular el apio y no te toques la cara con ellos (ni nada que tengas expuesto al sol y cuya bella piel quieras conservar tal y como está)».Aunque las furanocumarinas no solo nos afectan por vía tópica (o contacto con la piel), no.
El llamado “efecto del zumo de pomelo” merecería un pequeño sermoneo propio. No me extenderé mucho, que supongo que si me estás leyendo hace mucho que dejaste de tomar zumos diversos, pero como tiene esa fama de ultra-saludable y se recomienda para detox, sí quisiera comentar brevemente por qué el zumo de pomelo no es nada detox y de paso recordar que tiene el poder de influir y mucho en el efecto de algunos medicamentos, hasta el punto de aumentar su concentración hasta dosis tóxicas.
Y la verdad es que la historia de cómo se descubrió merece un parrafín (o dos).
Corría el año 1989. Unos tenaces investigadores canadienses se habían propuesto demostrar que el consumo de alcohol influía sobre el metabolismo, la toxicidad y la potencia de un fármaco para la presión arterial. Para tan digno cometido, dividieron a los sujetos que constituían la muestra de su estudio en dos grupos. A unos les iban a dar alcohol con el medicamento y a los otros no. El problema fue lograr disimular ese alcohol para que los susodichos sujetos no supieran que lo estaban tomando.
Después de muchas pruebas, comprobaron que lo único que escondía el sabor del alcohol era el zumo de pomelo, que esperaban tuviera un efecto nulo sobre la toxicidad del fármaco en cuestión. Y se quedaron patidifusos cuando comprobaron que no, que era precisamente el zumo de pomelo y no el alcohol lo que catapultaba la concentración en sangre del fármaco, su toxicidad y la gravedad de sus efectos secundarios.
Años después, se comprendería por qué. Y es precisamente por esas furanocumarinas que contiene, que inhiben una enzima que forma parte del sistema citocromo P-450, que es el encargado de metabolizar la mayoría de fármacos y de toxinas. Vamos, que ese zumo de pomelo supuestamente detox, lo que hace es ponerle palos en las ruedas a nuestro propio sistema detox.
Así que, desde la más absoluta modestia, yo casi que (como mínimo) dudaría de sus bondades. Esto no quiere decir que no podamos echar zumo de limón a la ensalada o al agua con la que damos la bienvenida al día, que el limón (por norma general) contiene una cantidad muy inferior de furanocumarinas (si no nos lo untamos en la piel y salimos al sol), pero el zumo de pomelo casi que lo evitaría, no solo por «zumo», sino también por «pomelo». Y si estás tomando medicación, más.
Así que si montas un reencuentro con el refrigerio de rigor a pleno sol, mejor pasa del daikiri, la caipiroska, las crudités de apio o el zumo de pomelo y elige unas olivillas con un té helado bien refrescante. Aunque no seré yo la que te riña por tomarte un vinito y salir a bailar bien agarrados para celebrar el fin del confinamiento
Ánimo, ¡que ya queda menos!
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