¿Conoces la piedra de Rosetta? Es un fragmento de losa con inscripciones talladas que se encontró en 1803 (con la afortunada particularidad de que incluye tanto jeroglíficos como su oportuna traducción al griego). Fue el descubrimiento que le permitiría a Jean François Champollion, un brillante egiptólogo francés, descifrar por primera vez la escritura de los antiguos egipcios apenas veinte años después.
Pues pronto hará veinte años también que se completó la secuenciación del genoma humano, nuestra propia piedra de Rosetta. Y su escudriñamiento incansable ha abierto las puertas a la biomedicina personalizada del futuro de la mano de las llamadas ciencias genómicas, de las cuales, «obviamente», la genómica nutricional es la más fascinante. Hoy me he propuesto describir qué es y qué podemos esperar de ella, tanto a día de hoy, como en un futuro yo auguro que bastante cercano. También aprovecho la ocasión para trasladar mi humilde opinión acerca de cuándo creo que vale la pena destinar nuestros preciados recursos a hacernos unos análisis nutrigenéticos… y cuándo no
¿Te pica la curiosidad por los últimos avances en nutrigenética?
Por fin, después de mucho batallar (y más años de los que quiero admitir disimulando cuando alguien me preguntaba sobre la aplicabilidad práctica real de los análisis nutrigenéticos), he conseguido traer a España MyNutriGenes, el «fórmula 1» de los análisis genéticos adaptados a la nutrición.
No puedo prometer que te cambien la vida, pero sí que saciarán tu curiosidad y sed de conocimiento acerca de la disciplina que está llamada a ser la piedra angular de la salud y el bienestar del futuro.
Puede que aún no tengamos monopatines voladores, pero ya asoma la cabeza la nutrición personalizada del futuro. Y lo hace de la mano de dos disciplinas hermanas, la nutrigenética y la nutrigenómica. Las dos se han propuesto un mismo objetivo, muuuy ambicioso, que es básicamente… engarzar las tropecientas mil piececitas del supra-colosal puzle tridimensional que relaciona los genes, la nutrición y la salud.
Igual que cada uno es de su padre y de su madre (y diferimos en nuestro color de ojos, altura, complexión y destrezas diversas), también nuestros requerimientos nutricionales y respuestas dietéticas varían según nuestra genética. Y hasta aquí suena relativamente sencillo, ¿verdad? Se optimiza la salud adaptando la dieta a los genes y a correr. Bueno, pues ya te adelanto que no es tan simple… en absoluto. Vamos a ver hasta qué punto se han propuesto una tarea realmente descomunal y por qué la agenda que tienen por delante deja los trabajos de hércules a la altura del betún. Aunque hay que decir que le están echando mucha ilusión y ya se empieza a notar.
Aunque, fuera del ámbito académico más formal, se suelen usar indistintamente ambos términos, nutrigenética y nutrigenómica, lo cierto es que, aunque sean hermanas, no son gemelas. La nutrigenética, que es la más sencilla de explicar, estudia cómo la variabilidad genética modula nuestra acogida a los distintos nutrientes y trata de identificar precisamente aquellos genes que regulan nuestra reacción a la dieta. Vamos, que analiza tus genes y los relaciona con tus respuestas a lo que comes para poder predecir si ese cruasán de chocolate te hará engordar 3 kilos o si eres de esos afortunados a los que no. O también si vale la pena que reduzcas la sal que le echas a la sopa o no, que aunque todos “sepamos” que hay que limitar el sodio que tomamos para controlar la hipertensión, lo cierto es que según tus genes, puede ser un consejo muy poco efectivo e incluso perjudicial. Así que la nutrigenética estudia cómo reacciona tu cuerpo a la dieta según tu genoma, que no reaccionará igual que el mío, ni igual que el de mi vecino, que se alimenta a base de refrescos de cola y patatas fritas y no engorda ni a tiros y está sanísimo y estupendo. ¿Sí? Ahora vamos a por la nutrigenómica.
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Nuestro genoma no es más que una secuencia de moléculas que compila información. El ADN vendría a ser como un libro de instrucciones con la letra muy pequeñita y escrito en… jeroglíficos. Y cada gen es una frase del libro que describe una orden o una acción. Que los genes «se expresan» vendría a querer decir que las instrucciones que describen se traducen de jeroglíficos incomprensibles a un lenguaje llano que podemos entender. Y aquí entra en escena nuestro propio Champollion particular, el sabio y erudito descifrador de jeroglíficos, que es quien lee la información contenida en el libro y la desencripta para trasladárnosla convenientemente traducida en órdenes comprensibles que podemos obedecer: las proteínas, las acciones que describen los genes, que al final son quienes dirigen todo el cotarro a nivel bioquímico.
Nuestro amigo Champollion, aunque tenga buen fondo, también tiene sus manías. Solo traduce los jeroglíficos que buenamente le parece en cada momento. Si está de buenas, es muy probable que elija leer las frases que repercutan en una mirada radiante, una piel impoluta, un pelo de escándalo y una sonrisa inquebrantable, pero si no tiene el día, pues acabaremos por darnos cuenta… para mal. Y su humor depende tanto de la nutrición, como del resto de factores que influyen sobre qué genes se expresan. Si vivimos perennemente estresados, con un cigarrillo en una mano y un pastelito industrial en la otra, rebozándonos en tóxicos, malnutridos, inflamados o insomnes, nuestro Champollion se mosqueará y traducirá los jeroglíficos que acabarán por abocarnos a un deterioro tanto físico como mental… y estaremos cansados, con la piel cetrina, ojeras, la mirada apagada, el pelo quebradizo, pochos, con la cabeza espesa y pocas ganas de salir a comernos el mundo.
Sin embargo, si nuestro buen Champollion está feliz, elegirá frases que animen a nuestro organismo a sintetizar los antioxidantes que nos mantendrán jóvenes, por dentro y por fuera (o el colágeno que mitigará esas inevitables arruguillas) y hará que tengamos energía, buen humor y la mejor salud que los genes que nos hayan tocado en suerte nos pueden ofrecer. Porque nuestro libro incluye tanto los jeroglificos que potencian una piel radiante, como los que inducen el desarrollo de una artritis reumatoide o un cáncer. Así que el ADN que nos ha tocado en suerte es importante, pero lo es incluso más tener contento al buen Champollion.
Y la nutrigenómica estudia, precisamente, sus cambios de humor en función de la dieta, o cómo la alimentación afecta a la expresión de los genes que repercutirán en nuestra salud, estado de ánimo y belleza. Así que lo que pretende es analizar la repercusión que los nutrientes tienen sobre los genes, o cómo la dieta modula qué jeroglíficos se traducen, mientras que la nutrigenética intenta entender cómo reaccionamos a la dieta según nuestros jeroglíficos. De ahí que las dos disciplinas se enmarañen tanto, porque si respondemos de manera diferente a la dieta, cosa que estudiaría la nutrigenética, es porque los nutrientes influyen de manera distinta sobre la expresión de los genes, que es lo que induce una respuesta a la dieta. Por un lado, tu genoma modula tu respuesta a los nutrientes (objeto de estudio de la nutrigenética) y, por otro, los nutrientes que consumes interactúan directamente con tu genoma, alterando su expresión génica (objetivo, a su vez, de la nutrigenómica).
Aunque la secuenciación del genoma humano supuso el muy esperado fin de un muy arduo proyecto, no marcó más que «el final del principio». Si tenemos en cuenta que los cerca de 30.000 genes identificados compilan información acerca de unas 100.000 proteínas y que además cada uno puede expresarse de 4 o 5 formas distintas, igual que una frase puede decirse de varias maneras diferentes con el mismo significado, la secuencia de ADN humano supone un total de 100.000 o 150.000 genes funcionales, o frases con instrucciones, a analizar. Y si tenemos que estudiar cómo interaccionan no solo con los tropecientos miles de compuestos que conforman los alimentos, sino también con las consecuencias fisiológicas que estos tienen sobre nuestra salud… Imagina el currazo que la disciplina tiene por delante. Aunque, poco a poco, ¡va avanzando!
Algunos de sus descubrimientos más revolucionarios incluyen, por ejemplo, que no todos respondemos igual a la ingesta de sal. Seguro que has oído por ahí que para atajar la hipertensión hay que reducir drástica y dolorosamente el sodio y acostumbrarse estoicamente a comer.. soso. Pues a día de hoy ya se sabe que para la mitad de nosotros es una imposición del todo innecesaria y, de hecho, potencialmente perjudicial. Y no hablo de un 1%, no, sino de la mitad… pero en las consultas, desgraciadamente, no se tiene en cuenta. También se sabe que ciertas variedades genéticas nos condenan a ser mucho menos eficientes en la tarea de transformar los carotenos, la molécula precursora de la vitamina A presente en los vegetales, como las zanahorias, en vitamina A utilizable. Y no, tampoco hablo de un poquito menos eficientes, sino que nos aboca a ser casi un 60% menos hábiles. Y un vegetariano bienintencionado que no lo sepa y crea que con las zanahorias suple de sobras sus requerimientos diarios, está aumentando sustancialmente su riesgo de déficit de vitamina A… con todo lo que ello supone (como un aumento sustancial del riesgo de ceguera o un sistema inmune deprimido).
Y una de las estrellas de la nutrigenómica es el gen que codifica la enzima metilentetrahidrofolatoreductasa, que yo apodo el «gen hada madrina» y que quizás habrás visto por ahí con las siglas MTHFR. Esta enzima es esencial para la metilación del ADN, el proceso bioquímico por el que los factores ambientales silencian genes, el tippex que borra las frases que no queremos que el buen Champollion lea (lo contamos aquí).
La nutrigenómica YA es la nueva ciencia del bienestar y está llamada a ser la piedra angular de las ciencias de la salud del futuro, pero nadie puede negar que aún se acuesta con pañales y a duras penas camina solita. Yo misma ofrezco análisis nutrigenéticos en mi consulta (porque soy una chalada obsesiva de la disciplina), pero a día de hoy no te recomendaría activamente su adquisición a menos que quepas holgadamente en alguna de estas dos categorías:
- Que tengas mucha curiosidad y no vayas a echar de menos unos cientos de euros… o
- Que hayas hecho tus deberes cuidando tu dieta, durmiendo tus horas, dejando de fumar, saliendo al sol y moviendo ese cuerpo serrano y aun así no veas por dónde tirar para allanar tu camino hacia esa versión mejorada de ti… y que además tengas a mano a alguien con ganas de sumergirse en los resultados para sacarles toda la utilidad práctica posible, idealmente, a una chalada obsesiva de la disciplina
Todos nacemos con un libro de jeroglíficos que no podemos cambiar, pero sí tenemos el poder de agasajar y darle mimitos a nuestro Champollion particular para asegurarnos de que saca lo mejor de nosotros mismos.