No solo están buenísimos, los callos también tienen una jartá de colágeno que os ayudará a mitigar las inevitables arruguillas. Son cachillos de cabeza y tripa de ternera que se compran ya cocidos. Es una receta de toda la vida de las que se prueban con ciertas reticencias pero que se acaban por adorar.
Si os decidís a probar mi receta, calculad que necesitaréis:
- los callos, mismamente (¡lavadlos antes de «apañar»!)
- una guindillita
- un pimiento verde
- una cebolla
- un tomate rallado
- un par de pimientos del piquillo
- un vasito de vino blanco
- cachillo de chorizo y/o jamón
- un par de dientes de ajo
- manojillo de perejil
Yo empiezo por freír el pimiento verde y la cebolla picaditos bien despacio, tapados y con la guindilla. Una vez dorados, añado los piquillos, el chorizo, el jamón, el tomate, los callos y el vino blanco. Cuando se evapora el vino, echo un vasito de agua y lo dejo cocer un rato más. Cuando empieza a oler que alimenta añado la picada de ajo y perejil. ¡Y ya está! Quien prueba, ¡repite!