Albert Einstein decía que en los momentos de crisis, solo la imaginación es más importante que el conocimiento.
Y seguro que coincidirás conmigo en que el 2020 está siendo… «crítico»
Puede que estas vacaciones no logremos viajar físicamente, pero siempre podemos volar con la imaginación. Y el placer de regodearnos en exquisiteces típicas de mil y un destinos de ensueño… no nos lo quita nadie.
Y puestos a soñar viajes, que sea por todo lo alto.
Así que este verano, con el perdón de cariocas, tinerfeños y venecianos, he decidido regalarme un viaje de ensueño baratísimo, ni más ni menos… que al Carnaval más chalao’: el Mardi Gras de Nueva Orleans.
Louisiana es un estado curioso. No solo ofrece inhóspitas marismas repletas de caimanes, voces desgarradoras acompañando acordes de jazz improvisados y curiosos drive thrus de mojitos (sí, además de hamburguesas con patatas fritas, uno puede comprarse una litrona de mojito sin salir del coche), también se monta una parranda increíble por carnaval. Para que os hagáis una idea, desde las carrozas se reparten collares de cuentas a las chicas que se levantan la camiseta (en teoría, que en la práctica a una la acribillan a cuentas tricolores enseñe los pezones o no). Y absolutamente todo se engalana de verde, amarillo y morado.
Incluso el postre típico, el King Cake (una versión sureña del castizo roscón de Reyes con un exquisito sabor a canela) viene ineludiblemente decorado con glaseado tricolor. Y aunque es una bomba de colorantes, azúcar, harina y «franken-margarinas» diversas… el maldito está requete-tremendo. Pues este verano me he propuesto aniquilar el antojo de King Cake tricolor desde la tranquilidad de mi sofá y sin ser bombardeada con collares de cuentas. Y aunque la tradición sureña dicta que se coloque la figurina de un bebé (que ejerce las veces del haba de nuestro roscón), he optado sabiamente por sustituirlo por un montón de deliciosos arándanos.
Y al final, para esta esponjosa versión casi-brioche con sabor a bollitos de canela del roscón-king-cake, han caído:
- 1 yogur natural (idealmente bien graso, griego o de oveja),
- 3 huevos (las yemas por un lado y las claras por otro, estas últimas batidas a punto de nieve bien firme),
- 50 g de mantequilla derretida,
- 10-12 cucharadas de harina de almendra (dependerá del tamaño del huevo – la idea es que quede una masa esponjosa, como un batido espeso),
- una cucharadita colmadilla de impulsor químico,
- una cucharada hermosa de canela en polvo (idealmente, de la verdadera que no daña el hígado) y
- edulcorante al gusto (en el mío ha caído una cucharada de xylitol)
que me he limitado a mezclar (tras encender el horno previsoramente a 180º).
Eso sí, para que el brioche quede esponjoso del todo, sí recomiendo encarecidamente añadir la clara batida en último lugar. Idealmente, además, en dos tandas, con la espátula, movimientos envolventes y mucho cariño. Así se conserva mejor el aireado y queda mucho más suave.
Al molde (yo he «fabricado» uno de roscón, pero vaya, en modo «súper sobao» queda de lujo también) con ello. Y no quedaba más que esparcir unos deliciosos arándanos y meterlo en el horno. En apenas media hora, estaba dorado y toda la cocina olía a bollitos daneses de canela, así que me he visto moralmente obligada a liberarlo de su sofocante encierro.
A menos que también tengas muchas ganas de reproducir el king cake original, puedes ahorrarte el ratito de preparar la decoración. Aunque yo creo que el tricoloreo es la parte más divertida.
En lugar de azúcar con colorantes, he echado mano de mi amado e infalible coco rallado y lo he pintado con col lombarda, cúrcuma y té matcha. Y no, sus sabores apenas se aprecian (no esperes un roscón sabor a col, porque ni el mejor sumiller del universo la detectaría), pero los colores quedan preciosos.
Para el «no-azúcar» morado, me he limitado a hervir un par de hojas de col lombarda con dos cucharadas de coco rallado un minutejo. Es increíble como la col tiñe todo lo que se le acerca. Enseguida era coco lila. Lo he colado y dejado sobre papel absorbente hasta que se ha secado un poco. Para el amarillo, solo he añadido las dos cucharadas de coco rallado a una tacita con té de cúrcuma caliente. En apenas unos minutos el coco estaba ultra-teñido. Lo he colado y dejado sobre papel absorbente también. ¡Y lo mismo con el verde! Me he limitado a echar té matcha en polvo a una tacita con agua caliente. He añadido el coco rallado hasta que ha adquirido un color lo suficientemente verde para hacerle justicia al bello king cake tricolor. Y una vez listo el botín de coco rallado, lo he colocado alrededor del roscón para mayor festividad.
Y ha quedado bellamente tricoloreado, además de rotundamente alegre y delicioso. Nada que envidiarle al original, ni en locura ni en sabor. Y eso sin tener que someternos al torpedeo de cuentas tricolores, ni al chute de azúcar, gluten, «franken-margarinas» o aditivos diversos.
¡Lo dicho! Puestos a quedarse en casa imaginando viajes, que sean de ensueño… ¡y que se puedan comer!
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