He aquí otro motivo para rechazar los canelones de trigo tradicionales (aparte de su reconocida perfidia): esa pinta blancuzca y rematadamente sosa. Nada que ver con esta lindeza colorida y fresquita: los canelones de col lombarda, que encima se hacen en un plis.
Solo hay que despojar a la buena col de sus hojas exteriores más bellas y ponerlas a cocer enteras en una olla hermosa con agua y un poquito de sal. En apenas 10 o 15 minutos, estarán listas para ser un pelín decapitadas (cortarles el rabillo ayuda mucho a enrollarlas) y rellenadas con lo que fuera que hayas decidido destinar a la causa.
Hoy me apetecía abarrotarlos con una ensaladilla a base de huevitos duros, pimientos del piquillo, aguacate, tomate, aceitunas y bonito en aceite. Aunque las posibilidades son poco menos que infinitas.
Para salsearlos, me he decantado por una mayonesa ligera de piquillo (que he hecho triturando un huevo crudo, un chorrillo de zumo de limón, un chorro alegre de aceite, un pelín de sal y un par de pimienticos sin pepitas). Y ya el último toque ha sido un poco de huevo duro rallado y unas tiriñas de piquillo con su bello rojo intenso.
Si es que puede que no podamos evitar que los días de verano amanezcan un poquito demasiado grises… pero sí podemos elegir inundarlos de color.
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