«No dejamos de jugar porque envejecemos, envejecemos porque dejamos de jugar.»
Esta verdad como un templo es cosecha del supra-prolífico George Bernard Shaw (el mismito que dijo que “no hay amor más sincero, que el amor a la comida”). Y cuánta razón tenía… Y ya que realmente ninguno tenemos mucha prisa por envejecer, el buen sabio Shaw nos da la excusa perfecta para nunca jamás dejar de jugar. Sea desempolvando el Scrabble, recuperando el amor por el “veo, veo”, puliendo la técnica del camuflaje en el escondite, sentándonos por enésima vez delante de ese puzle imposible o “cuadriculando” galletas 
He aquí la versión juguetona, “ajedrez” y “galleta” del bello bizcocho zebrita golosa de vainilla y cacao que encabeza la segunda parte de las keto-Tentaciones en formato libro. Quedan riquísimas (tal como cabría esperar de unas galletas de vainilla y cacao) y son como un pequeño Tetris comestible.
¡Aunque son relativamente fáciles de hacer! Solo hay que mezclar por separado los ingredientes de unas galletas de vainilla y los de unas galletas de cacao, para luego darles la forma cuadriculada. Y resulta mucho más sencillo de lo que podría parecer (nada que ver con jugar y ganar una partida de ajedrez).
Para la cuadrícula de vainilla, necesitáis mezclar:
- un huevo
- 40g de mantequilla blandita
- edulcorante al gusto
- un chorrillo de esencia de vainilla (como esta, que no lleva cosas raras)
- 5-6 cucharadas de almendra molida (dependerá del tamaño y de la humedad del huevo – buscamos una masa bien densa)
- 1-2 cucharadas de harina de coco (¡ídem!)
Y para la cuadrícula de cacao, necesitáis mezclar:
- un huevo
- 40g de mantequilla blandita
- edulcorante al gusto
- una cucharada hermosa de caco puro en polvo
- 5-6 cucharadas de almendra molida (igualico que antes, depende del tamaño y humedad del huevo)
- 1-2 cucharadas de harina de coco (¡ídem-ídem!)
Una vez mezcladas ambas masas, hay que hacerlas una bola y dejarlas reposar un buen rato en la nevera para que asienten o no se dejarán manipular. A mí me resulta cómodo meterlas en bolsas de congelar, que ya son rectangulares, para darles la forma de rectángulo perfecto sin tener que toquetear la masa.
Cuando tengáis ese rectángulo más o menos perfecto bien frío, podremos empezar a jugar con él. No lo toquéis mucho que el calor de las manos lo hará menos manejable y se nos fastidiará el plan (no es que sea muy grave, con volver a enfriarlo ya estará listo otra vez, pero si el hambre apremia…)
Ahora llega el momento más divertido: cortar tiritas a lo largo del rectángulo de ambas masas y colocarlas intercaladas sobre un papel film. Si dividís cada rectángulo en 4 tiritas, las colocáis a modo de cuadrícula (4 sobre 4), luego cortáis el rectángulo resultante por la mitad y ponéis una mitad sobre la otra, obtendréis un prisma cuadrado y bellamente “ajedrezado”. Envolvedlo en el film y dejadlo reposar un rato más en la nevera para que no se desmenuce al “galletearlo”.
Y ahora llega otro momento culminante del juego: encender el horno a 180º, liberar ese dulce prisma cuadriculado de su encierro de plástico, cortarlo en rodajas, colocarlas sobre un papel de horno y cocerlas felizmente. Tardarán más o menos según cuán gruesas las hagáis, pero apenas 10 o 15 minutos suelen ser más que suficientes para que la cocina entera huela irresistiblemente a pastelería.
Y ya tendréis listo vuestro alijo de bellas galletas cuadriculadas antienvejecimiento. Apuesto a que nadie dice que a este juego «no quiere jugar»
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¡Ojalá te deleiten tanto como a mí!
