Modo noche

Glaucoma y dieta cetogénica (la nueva Diabetes tipo 4)

Suma y sigue. Ya vamos por el 4.

Hace apenas un lustro que el desgarrador alzhéimer dejó de ser una condena vitalicia de causa desconocida para convertirse en la flamante «diabetes tipo 3». Este radical cambio de paradigma esbozó el primer trazo de un horizonte de esperanza¹ para quienes se ven empujados al ruedo de las enfermedades neurodegenerativas. Era una cuestión de tiempo que alguien escudriñase la causa subyacente al glaucoma, sumase dos más dos y lo rebautizase como

«Diabetes tipo 4»

¡Y así ha sido! Este artículo publicado en 2014 (que afortunadamente abrió la puerta a otros, como este y este) concluyó que el glaucoma, igual que el alzhéimer, es una diabetes cerebral. Así que también pasa a engrosar la lista de condiciones degenerativas (supuestamente ineludibles e incurables) que comparten un mismo origen (felizmente amilanable): la ubicua resistencia a la insulina².

(Aunque todavía abunda quien insiste en achacar su creciente incidencia a la edad o una escasa adherencia a las obsoletas pirámides alimentarias, que contemplan impertérritas la actual pandemia de diabetes, obesidad y enfermedades no transmisibles diversas sin plantearse siquiera que podrían haber contribuido a ella.)

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El glaucoma es una condición crónica y de curso insidioso que se alza con la medalla de plata como causa de ceguera a nivel mundial. A día de hoy no tiene cura farmacológica, aunque se suelen prescribir medicamentos que reducen la presión intraocular (lo que a veces ayuda, pero a veces no). Se le apoda el ladrón silencioso de la visión, precisamente, por su lenta pero imparable progresión, que pasa desapercibida hasta que el daño tisular ya es notable.

Igual que ocurre con las demás enfermedades crónicas no transmisibles, la prevalencia del glaucoma va en aumento y las estadísticas a futuro distan de ser optimistas. Y no me extraña. Aparte de fumar menos y moverse más (ante lo que no tengo nada que objetar), la mayoría de expertos recomiendan disminuir el consumo de sal y grasa saturada para asimismo reducir la hipertensión que (a veces, no siempre) acompaña al diagnóstico. Obviamente, ese consejillo es un «más pasta, menos huevos y, la mantequilla, ni olerla» encubierto. Y ahí sí me veo obligada a discrepar.

 

Neuronas sordas, famélicas y suicidas

Las neuronas necesitan insulina para sobrevivir. De hecho, no solo es la llave que les permite obtener su alimento, sino que ejerce de hormona antiapoptótica, evitando que se suiciden. La resistencia a la insulina es la «sordera» progresiva de las células a su presencia, lo que impide que estas la detecten. Y cuando la membrana hematoencefálica se vuelve «sorda», impide que la insulina entre en el cerebro, lo que obstaculiza que las neuronas utilicen la glucosa que las nutre y promueve su apoptosis, el suicidio celular. 

Y si la situación no revierte, el tejido cerebral acaba por hacerse añicos. Si las primeras células hambrientas que tiran la toalla se encuentran en la retina o en el nervio óptico, el futuro podría deparar un eventual glaucoma. Si la ola de suicidios colectivos comienza en el hipocampo, la estructura cerebral encargada de crear nuevos recuerdos, es el alzhéimer quien podría estar aguardando a la vuelta de la esquina. Se sospecha incluso que cuando las neuronas que sucumben a su «sordera» son las que conforman la sustancia negra, responsable del control del movimiento, es el párkinson quien podría estar al acecho.

Y las células se vuelven resistentes (o «sordas») a la insulina, precisamente, porque las bañamos en ella cada tres horas desayunando cereales, tomando una magdalena a media mañana, almorzando macarrones con natillas de postre, merendando un bocata y cenando pizza después de un par de rondas de cerveza, día sí y día también.

No hay peor ciego que el que no quiere ver

Así que los reiterados tsunamis de insulina subsiguientes a esas 11 porciones de féculas y farináceos que las susodichas pirámides nos instan a consumir (supuestamente, para eludir una muerte prematura de un ataque al corazón con las arterias obstruidas por el pérfido colesterol), a la larga, promueven el suicidio de neuronas famélicas (entre otras lindezas). Qué tejido acabará pagando el pato primero y cuándo, dependerá de las vulnerabilidades particulares de cada uno.

Afortunadamente, el esperanzador mensaje que ya se esboza en el horizonte proclama que no somos meros espectadores pasivos de una enfermedad que no podemos controlar, sino que está en nuestra mano plantarle cara. Y solo hay que impedir esos tsunamis siguiendo una dieta que mantenga bajos nuestros niveles de insulina.

Conforme aumenta al grueso de evidencia científica que defiende la capacidad terapéutica (e incluso el efecto neuroprotector) de la dieta cetogénica3, se van desvaneciendo las inevitables reticencias iniciales de quienes están sentando las bases de la terapia nutricional del futuro. Y es que el mensaje empieza a retumbar alto y claro en los oídos de aquellos que le quieren prestar atención:

Una dieta baja en hidratos de carbono resulta una estrategia inocua y efectiva para retrasar el avance de las enfermedades neurodegenerativas, también del insidioso glaucoma4.

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(1). Ve por qué el alzhéimer YA NO ES una condena vitalicia de causa desconocida en «El Fin del Alzhéimer»: el Protocolo del Dr. Bredesen y cómo prevenirlo y amilanarlo en «Antídoto para el Alzhéimer» de Amy Berger).

(2). Ve aquí por qué me he permitido bautizar la resistencia a la insulina como «la caja de Pandora de las enfermedades crónicas».

(3). No solo para atajar los ataques epilépticos y revertir la resistencia a la insulina (ayudando de paso a dejar atrás la depresión y el sobrepeso), sino también para amilanar el susodicho alzhéimer, el párkinson, la esquizofrenia e incluso para dificultar el avance de algunos tipos de cáncer.

(4). Artículos como este, este, este y este

2 Comentarios

  1. marcos

    Hola Ines, gracias por todo lo que nos aportas.
    Acabé hace poco un libro llamado «El mono obeso», del doctor José Enrique Campillo Álvarez, donde explica, entre otras cosas, las causas evolutivas de la insulinorresistencia. Según entendí, la insulina no llega al cerebro, pues trabaja solo con glucosa. Son los demás organos y la musculatura los que son o se hacen insulinorresistentes. Es así, o estoy confundido?
    También habla de leptinorresistencia o algo asi, no recuerdo bien el palabro😅, pero muy interesante, como tu web.
    Salud!

    1. Inesuka

      Hola Marcos, ¡bienvenido!!!

      ¡Hala!! Gracias, ¡no lo he leído aún! Lo tengo que pillar sí o sí.

      Sí que entra en el cerebro, ¡sí! Parece ser que el problema de base ocurre en la membrana hematoencefálica, la barrera protectora del cerebro. Esta se vuelve paulatinamente insulinorresistente, de manera que la glucosa entra tranquilamente pero la insulina no… Así que puedes tener neuronas bañadas en glucosa que no pueden usarla porque no disponen de suficiente insulina que se lo permita. Y acaban por perecer. Afortunadamente, se postula que este proceso es reversible hasta fases muy avanzadas. ¡No hay que perder la esperanza!

      Qué alegría que el paradigma de «comer mucho y moverse poco» vaya quedándose relegado al olvido y dejando sitio a los mecanismos hormonales que rigen el metabolismo… Poco a poco, Marcos, poco a poco!

      Un abrazo, ¡gracias!

      Inés

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Inesuka

Inesuka

Nutricionista, psicóloga y keto coach apasionada (además de feliz superviviente de cáncer, domadora de lupus, insulinorresistente con síndrome de ovario poliquístico y ex-gorda-depresiva-polimedicada).

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