La epilepsia es un desequilibrio neurológico por el que un funcionamiento alterado de la actividad eléctrica cerebral provoca convulsiones. A día de hoy, su prevalencia se estima en cerca de 65 millones de personas en todo el mundo, así que dista varios meridianos de poder ser calificada como rara. De hecho, es la cuarta enfermedad neurológica más prevalente, solo superada por las migrañas, las apoplejías y el alzhéimer (cuya cura, afortunadamente, está a la vuelta de la esquina – ve más detalles aquí).
Quizás te sorprenda saber que la dieta cetogénica (sí, la misma que a menudo lastra una inmerecida reputación de insana) lleva utilizándose como tratamiento para la epilepsia desde los años 20 del siglo pasado¹. De hecho, es el as en la manga al que se recurre cuando la medicación anticonvulsivante no logra atajar los ataques². Así que, curiosamente, la terapia nutricional resulta ser un tratamiento más eficaz (y asequible) que la medicación… sin los efectos adversos de esta.
(1). Un médico americano, el Dr McMurray, se dio cuenta de que la frecuencia e intensidad de los ataques epilépticos aumentaban considerablemente después de las fiestas de cumpleaños, cuando los niños consumían dulces y pasteles. Empezó a prescribirles ayunos y dietas sin azúcar ni féculas y comprobó extasiado que los ataques cesaban. Publicó sus hallazgos en el New York Medical Journal en 1916. Y desde ese momento la dieta se utilizó como terapia habitual contra la epilepsia.
(2). Desde la propia medicina convencional, no como añadido a infalibles ritos sanadores y/o hechizos conjurados por vecinas que echan el tarot.
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La espada de Damocles
Estas convulsiones (los comúnmente llamados ataques epilépticos) abarcan un amplio rango de sintomatología y gravedad. Pueden limitarse a pocos segundos en los que se permanece quieto, ausente y con la mirada fija, pero también provocar desmayos acompañados de movimientos espasmódicos involuntarios de brazos y piernas.
Imagina el colosal impacto que tendría en tu vida el saber que una amenazante espada de Damocles en forma de momentos (cuya aparición no puedes prever) en los que el tiempo parece pararse pende sobre vuestra cabeza. Las convulsiones pueden aflorar mientras se está tranquilamente viendo la tele en el sofá, pero también cruzando una autovía, haciendo unos largos en la piscina, yendo en bicicleta o conduciendo un camión. Aquí entra en escena la medicación, el primer tratamiento al que se recurre para impedir la aparición de los ataques. Desgraciadamente, no siempre se da en el clavo con el fármaco a la primera y a menudo son necesarios meses de experimentación con distintas fórmulas (el socorrido ensayo y error farmacológico), en los que el recién diagnosticado se ve ineludiblemente sometido a sus efectos secundarios (que van desde la fatiga o los sarpullidos a la depresión).
No pretendo condenar el uso de antiepilépticos, en absoluto. Hay quien dio con un fármaco que le va como anillo al dedo y prefiere convivir con sus efectos secundarios en lugar de renunciar³ a magdalenas y lasañas (ante lo que no tengo nada que objetar). Mi único objetivo es informar a aquellos que lo desconozcan (y preferirían hornear sus propias magdalenas aptas para dietas cetogénicas) de que existe una alternativa a la medicación que les permitiría ahorrársela o reducir significativamente su dosis.
(3). más que una «renuncia» es una «adaptación» (las opciones para disfrutar de imitaciones aptas muy logradas son poco menos que infinitas)
Los beneficios de la dieta cetogénica (o muy baja en carbohidratos) radican en su capacidad para inducir la cetosis, imitando así el estado metabólico propio del ayuno. El término cetosis deriva de las moléculas resultantes del uso de grasa como combustible, las cetonas (una fuente de energía alternativa a la glucosa, tanto para el cerebro, como para el resto del cuerpo). Cuando elevamos el consumo de grasas saludables (no de margarinas «frankenquímicas», ni de aceites industriales ultraprocesados y profusamente oxidados) y reducimos el de hidratos de carbono (léase azúcar, pan, pasta, arroz, patatas y maíz en sus millones de variedades y derivados), nuestro cuerpo se adapta a quemar grasa en lugar de azúcar. La cetosis no solo es útil para quienes sufren epilepsia o desean perder peso, sino para todos aquellos que quieren evitar un envejecimiento prematuro manteniendo bien cerrada la caja de Pandora de las enfermedades crónicas, la ubicua resistencia a la insulina. Y es que, además, este estado metabólico se ha demostrado un rotundo adyuvante en el tratamiento de una plétora de condiciones (ve su efecto en el cáncer, la esclerosis múltiple o el síndrome de ovario poliquístico), así como un probado potenciador del rendimiento físico y mental.
Los cuerpos cetónicos (que producimos cuando nos pasamos al keto) potencian la función de las mitocondrias (los orgánulos celulares encargados de producir energía), reduciendo además el estrés oxidativo (la acumulación de radicales libres subsiguientes al metabolismo) y la inflamación sistémica, así que la dieta cetogénica optimiza los procesos por los que obtenemos y usamos energía, aumentando la capacidad de nuestro cuerpo de lidiar con la maraña de estresores a los que ineludiblemente le sometemos día a día.
El casco nutricional
El mecanismo de base parece ser una mutación en el gen que codifica la fascinante PI3K: la enzima que enlaza la dieta, la insulina y el cáncer. Esta enzima se encarga de transmitir la señal insulínica de crecimiento, por lo que las mutaciones en su gen pueden concluir en células que responden mejor a la insulina y crecen más que las demás, dando lugar a hipertrofias (o agrandamientos) de los tejidos. Si la mutación acontece en una neurona, esta resultará en un grupo de neuronas enormes que responderán a la insulina mucho mejor que sus compañeras de tamaño normal y transmitirán señales eléctricas amplificadas, provocando los ataques epilépticos. Manteniendo la insulina baja, se controla su exagerado crecimiento y con ello, los ataques.
Así, aunque sí se sabe que la dieta cetogénica FUNCIONA como terapia para la epilepsia, el cómo y el porqué aún no se acaban de comprender. Lo curioso es que la afirmación anterior resulta igualmente aplicable a la mayoría de fármacos antiepilépticos, ante lo que yo me pregunto cómo podemos saber qué consecuencias pueden tener a largo plazo si ni siquiera entendemos bien cómo actúan. A diferencia de la medicación, la dieta cetogénica logra controlar y/o disminuir considerablemente un amplio espectro de convulsiones. Este hecho sugiere que (a pesar de su variabilidad de respuesta a los fármacos) los distintos tipos de epilepsia coinciden en sus rutas metabólicas subyacentes, lo que les hace susceptibles al tratamiento con una misma aproximación nutricional. Llegará el día en que comprenderemos por qué la combustión cerebral de cetonas tiene efectos anticonvulsivantes y se desarrollará una medicación que simule sus efectos bioquímicos minimizando sus efectos secundarios pero… si ves la espada pendiendo sobre tu cabeza cuando alzas la vista, prueba a colocarte el casco y dale una oportunidad a la dieta cetogénica, ni que sea para comprobar si te compensa aprender a hornear deliciosas lasañas low carb de calabacín.
Y que el tiempo no vuelva a pararse… más que cuando contemples un bello amanecer o sientas un flechazo arrollador.
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Referencias
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