Modo noche

«Si eres valiente y te atreves a decir adiós, la vida te recompensa con un nuevo hola.» (Paulo Coelho¹)

Hace ya cinco años que le dije adiós a los ravioli, no sin antes remolonear larga y profusamente. Aunque a día de hoy no los echo de menos en absoluto, porque gracias a aquella amarga despedida descubrí el fascinante mundo de la pasta de calabacín.

Los inefables tallarines (velos en la exquisitamente fácil y rápida «no-pasta» con «casi-pesto» y una pista puesta a posta), la obscenamente deliciosa lasaña o pura euforia contenida y, por supuesto, los presentes «no-ravioli» de calabacín, han suplido alegremente mis carencias de pasta desde entonces. Y son súper fáciles de hacer. Los únicos consejillos que te daría es que el relleno esté ya cocinado o se pueda comer crudo felizmente, como la mozzarella de búfala y la hojilla de albahaca fresca que me he regalado hoy, porque el susodicho calabacín se cocina enseguida. Y también que hagas las tiriñas de calabacín bien finitas para asegurarte de que se hace bien la capa más interna cuando se haya dorado la externa (yo lo hago con un pelador de patatas con un resultado más que óptimo).

Así que solo hay que hacer laminillas de calabacín (no te preocupes si se te rompen, que cuando hagas los hatillitos y los pases por la plancha no se notará) y colocarlas a modo de estrella, poner el relleno en el centro, salpimentar un poquito (que un pelín soso el amigo sí que es), montar los hatillitos y darles la vuelta para pasarlos por la plancha (con un hilillo de aceite) primero con el cierre hacia abajo.

Dales la vuelta con mucho amor (es el único momento del proceso para el que conviene tener cierta maña) y ya podrás coronarlos con lo que fuere que te apetezca hoy, como un sencillo pero sublime chorrillo de aceite de oliva. Y los «no-ravioli» estarán listos para reconfortar estómagos valientes y corazones nostálgicos por igual. Confieso que dan un pelín de trabajo más que la «no-pasta» de calabacín sin «raviolizar», pero tampoco hay que hacer muchos. Con un calabacín tamaño estándar me suelen salir 7. Y el 7 es bonito 😊 

(1). Admito que fue El Peregrino, la primera novela del insigne autor, lo que me despertó el gusanillo por el Camino de Santiago. La primera vez que fui, creí que entraría en una suerte de trance en el que se me aparecería milagrosamente mi animal guía sagrado y me señalaría el camino hacia mi «leyenda personal».

Se suponía que el universo conspiraría para que la cumpliera si afrontaba mis demonios y lograba liberarme de miedos y autoboicots diversos. Pero no. Bastante tuve con poner un pie delante del otro y mirar por dónde iba para ir haciendo introspección simultánea sobre mi pasado, presente y futuro. Así que volví igual de neurótica y con dos uñas menos en un pie, pero con ganas de más.

Aun así, el libro también es bonito 😊

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Inesuka

Inesuka

Nutricionista, psicóloga y keto coach apasionada (además de feliz superviviente de cáncer, domadora de lupus, insulinorresistente con síndrome de ovario poliquístico y ex-gorda-depresiva-polimedicada).

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