He aquí otra tradición católica con la que sí comulgo alegremente (junto con el risueño roscón de Reyes o la ilusionante coca de San Juan), la imprescindible mona de Pascua. Como mis habilidades para «acometer» preciosas esculturas de chocolate siguen sin existir, hoy te propongo una versión sencilla (pero apañadica) que podrás replicar felizmente con total independencia de tu pericia pastelera. Eso sí, no es como las monas (espléndidas por fuera, pero impías por dentro) que abarrotan los escaparates de las pastelerías, no. Esta versión baja en carbohidratos es igual de tentadora, pero la mitad de irreverente: tus pupilas también se dilatarán y se te hará la boca agua ante su radiante esplendor, pero tu cándido páncreas apenas se enterará.
Se trata de un jugoso bizcocho de almendra abarrotado de arándanos, cubierto con trufa-súper-fácil y coronado con el huevo de chocolate de rigor.
Para el susodicho, me he limitado a seguir la inefable receta de mi muy adorado bizcocho low carb (el chaleco salvavidas) pero cubriéndolo de arándanos a discreción justo antes de hornear. En total, el «proceso hacedor bizcochil» (horno incluido) ha sido de… ¡apenas media hora!
El motivo ulterior oculto tras la «arandanización» es ahorrarnos lo de hacer mermelada casera sin azúcar para rellenar el bizcocho. Y da el pego por completo (de hecho, me gusta mucho más encontrarme los arándanos bien jugosos que la recurrente capa de mermelada entre bizcochos que dicta la tradición pastelera). Déjalo enfriar sobre una rejilla mientras preparas la trufa (según la ecuación de abajo) para embadurnarlo felizmente.
Trufa low carb = batir [nata para montar bien fría + cacao puro en polvo al gusto + edulcorante al gusto (o no)]
¡Y ya está! Solo queda cubrir el bizcocho «arandanizado» con tanta trufa como buenamente te merezcas. Para rematar, un poquito de picadillo de almendra y/o un toquecillo de cacao puro en polvo a modo de lluvia desde un colador disimularán cualquier imperfección y la embellecerán aún más.
Eso sí, ya sabes que, aunque esta tenga un corazón más noble que las monas de pastelería, el «mini-chute» insulínico no nos lo quita nadie (ve por qué en los sermoneos sobre edulcorantes y lácteos), pero dada su condición de ente para celebración anual, mi conciencia está tranquila.
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Yo hoy no ceno